Abro
los ojos y recuerdo
que
hoy tengo que hablar
con
los Servicios Sociales;
pedirles,
por favor,
que
no me maten de a poco, mejor
de
golpe,
de
silla eléctrica,
de
un repente que despoje de la culpa
de
acabar con mis días lentamente.
Tendría que comentarles
que algunos no nos suicidamos
que algunos no nos suicidamos
si lo manda el ministerio;
que
estamos aquí sin saber hasta cuándo,
pero
sabemos quiénes nos quieren muertos
(“escupid
sobre ella”, escribirían en mi tumba,
para
que la anticipada muerte pareciese
un
hecho merecido)
Tengo
que contarles algo:
antes
que convencerme
de no merecer la vida,
bailaría
con mi gente
alrededor
del fuego.
Tengo
que decirles
que
están convirtiendo esto
en
un problema.
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