Si
me baja al suelo una amenaza
(los
teléfonos se nutren de voces alarmantes)
y
suprimen por decreto el día
treinta
y cinco de un septiembre denunciado
por
hombres con su dedo y por mujeres
a
la moda de Londres o allá donde
la
guerra gane el premio y luego
detienen
mi marcha y me llevan
a
una vida sin grietas por las que colarse,
seguirá
sin gustarme la vida
que
te mata con tus propias manos;
prefiero
cuando llueve casi
y
tigres nuevos nacen
y
la libertad se abre
a
toda la extensión de la palabra,
porque
entonces no puedo y no quiero
tienen
el mismo sentido.
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