Está escuálida la verja.
El óxido se incrustó en el hierro
hace ya tanto, que ni sabían los astros
qué pudiera ser el amanecer
o el vértigo de la caída.
En la cima del camino está el cementerio,
para que cueste más a los vivos
estar frente a los despojos
que bajar mirando los verdes prados.
Se quedó de espaldas y abajo la aldea
para dejarme frente a ellos, los muertos,
cuando arrecia el sonido del aire
y vuelan flores de plástico
que manchan de colores las tumbas,
esos pequeños recuadros
donde ya sólo habita el silencio.
Granito y mármol, cruces
y ángeles sometidos al gran jurado,
adornan los mundos
que imaginamos para nuestra casa.
Y unas flores de plástico.